Ana Fraile tiene un secreto y, como en la película de Campanella, está en sus ojos.
“Nunca lo oculté aunque tampoco exhibo el apellido para lograr algún trato preferencial”, dice esta directora de cine, cuya historia familiar puede rastrearse casi completamente en su mirada. Porque Ana, además de Fraile, es Milstein. Más precisamente, la sobrina nieta de César Milstein, aquel bioquímico argentino de cuerpo menudo, anteojos rectangulares y sonrisa tan brillante como sus ideas que en 1984 se llevó a su casa de Cambridge, Inglaterra, el Premio Nobel de Medicina luego de ser expulsado, como otros tantos investigadores, de un país que en su momento no hacía más que exiliar científicos casi industrialmente.
Como su tío abuelo, Ana Fraile es inquieta y curiosa. Aunque en lugar de dejar correr su imaginación entre tubos de ensayo, pipetas y placas de Petri, ella la plasma, mejor, visualmente: con cámaras, guiones, salas de edición y demás elementos que, bien orquestados, conforman una buena película, un documental revelador.
“Si querés te ayudo”, le dijo en algún momento del año 2000 César Milstein a Ana Fraile. “Para entonces yo estaba terminando la escuela de cine y él quería colaborar de alguna manera. Le encantaba el cine, sacar fotografías, grabar cada momento”, recuerda ella.
Y así fue: tío y sobrina comenzaron a discutir y a trabajar en una idea: un documental sobre la situación de los jóvenes investigadores que se fueron del país y querían regresar, políticas científicas, qué es la ciencia. “Él siempre estaba enterado de lo que pasaba en la Argentina –cuenta –. Sus hermanos le mandaban cassettes, compraba diarios y, después, con internet leía todos los días las noticias. Siempre tuvo esa dualidad: estaba presente sin estar acá”.
Sin embargo, “César” –como ella lo llama, con esa mezcla de distancia, respeto y cariño – murió el domingo 24 de marzo de 2002 a causa de una enfermedad cardíaca. “Para el funeral, nos pidieron a los familiares que mandásemos algunas palabras. Yo elegí el cuento ‘Un mar de fueguitos’ de Eduardo Galeano. Para mí, César representaba eso. No me salía lo que quería decir en mi propias palabras pero sí había encontrado en las palabras de Galeano lo que quería decir. Lo tradujeron y lo leyeron en el funeral”, recuerda.
Y entonces, la idea de la película resurgió, pero cambiada. “En 2004 fui a Inglaterra y visité a Celia, la esposa de César –sigue –. Y ahí le propuse volver a retomar el proyecto original pero ahora sobre la vida de mío tío. Aceptó y me puse a investigar”.
El resultado es “Un fueguito”, un documental realizado junto a Lucas Scavino y a estrenarse este jueves 11 de marzo, que recuerda de una manera íntima y personal a uno de los héroes olvidados de la historia argentina.
TODO ES DISCUTIBLE
No todos los caminos conducen a Wikipedia. Puede que en la enciclopedia virtual se almacenen miles de millones de nombres y fechas de los eventos y las personas más importantes del mundo. Sin embargo, ahí, en aquellos links, definiciones y anécdotas olvidables, no caben ni pueden ser grabadas miradas, risas, guiños o siquiera recuerdos familiares, aquellos pequeños gestos irrepetibles que hacen a un individuo y los recuerdan en una dimensión mucho más completa.
Para eso está el cine, las películas, los documentales que le agregan una dimensión subjetiva y emocional a los datos e informaciones inertes de enciclopedias, recortes de diario y recuadros en manuales de historia.
César Milstein lo sabía y, quizás por eso, nunca se cansó de grabar, de fotografiar, de capturar recuerdos: sus viajes por Europa, sus vacaciones en la playa, sus tardes de camping y kayak. “Yo sabía que César tenía grabaciones familiares en super 8 pero nunca las había visto. Recién en 2004 conocí todo el material. Y me impresionó –señala Ana Fraile –. Yo traje como 500 diapositivas. Había miles de fotografías y casi 120 horas completas de material”.
–Habrá sido un trabajo duro condensar todo eso en menos de dos horas.
–Lucas Scavino: Sí, y eso sin contar a los entrevistados que recuerdan, cada uno a su modo, a César. Originalmente, había más de 25 entrevistados. Y en la versión final dejamos unos diez.
–¿Qué era lo que primero recordaban los entrevistados?
–Ana Fraile: Que César era testarudo, que era peleador, que le gustaba discutir, que era muy bueno y solidario, muy cabeza dura. Todos cuentan cosas similares, cada uno con sus experiencias personales. Todos a los que entrevistamos o lloraban o se reían cuando contaban anécdotas de César. Se iluminaban. Se acordaban de pequeños gestos humanos. Y, también, que era muy estricto. Nunca hablaba de su vida personal. Él siempre se encargó de remarcar su “extranjerosidad”. Nunca se preocupó por copiar el acento. Aprendió muy rápido las normas de convivencia inglesas.
–Igualmente, la película no tiene la estructura básica de una película biográfica.
–L. S.: Nunca la pensamos como un relato biográfico. Sí queríamos hacer algo divertido, entendible e interesante tanto para un científico como para una persona que no tiene conocimientos técnicos. Que despierte interés y curiosidad.
–A. F.: La parte científica siempre fue como un ancla. La idea era clara: contar la historia de un tipo que se dedicaba a hacer ciencia, que un día se planteó algo y se tomó toda la vida para resolverlo.
–O sea, se ven sus alegrías como sus tristezas.
–L. S.: En el film también, contamos sus conflictos, sus dilemas frente a la explosión de las empresas biotecnológicas, o cuando alguien de su laboratorio le hurtó papeles de su archivo.
–Eso es lo que todavía la mayoría de la gente no comprende: lo que investigó César Milstein, qué le hizo ganar el Nobel.
–A. F.: Gracias a su estudio del sistema inmunológico y el descubrimiento de la técnica para producir anticuerpos monoclonales a gran escala, hoy muchas personas tienen determinados remedios oncológicos para combatir el cáncer. Incluso está el Evatest para detectar embarazos.
LA REPETICIÓN DE LA HISTORIA
–Y cuándo tuvieron que salir a buscar financiamiento para hacer el film, ¿alguien los recibió, los ayudó?
–A. F.: Acá no. Al principio, los productores no me dieron bolilla. Los que nos ayudaron mucho económicamente fueron la propia Celia Milstein, el laboratorio en Cambridge, sus colegas.
–O sea, se repitió la historia de César Milstein que se fue expulsado del país y el único apoyo que tuvo del país la recibió de afuera.
–A. F.: Eso lo notamos varias veces al principio. En Inglaterra estuvieron siempre muy interesados por el documental. El primer financimiento en la Argentina lo conseguimos en 2007. Antes habíamos hablado con Lino Barañao pero entonces estaba en la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Le encantó la idea. Pero mucho no podía hacer. El secretario de ciencia y tecnología de por entonces era Tulio del Bono. Nunca llegué a hablar con él porque no mostró interés. Hasta que en 2007 Lino Barañao asumió como Ministro de ciencia. Lo llamé otra vez y le dije: “Ahora sos ministro, ¿me podés ayudar?”. Y me respondió: “Sí, ahora te puedo ayudar”. Y en julio de 2008 nos dieron un subsidio de casi el 40% del presupuesto a cambio de nada. También nos ayudaron mucho los de la Fundación Instituto Leloir que se entusiasmaron con el documental. No pasó lo mismo con el Instituto del Cine a quien no les interesó.
–¿El documental cambió la imagen que tenías de tu tío abuelo?
–A. F.: Se fue completando. Siempre lo tuve muy presente en ocasiones importantes. Se las rebuscaba para estar. Desde que nací no paró de mandarme cartas. Se acordaba de mi cumpleaños, tarde, pero se acordaba. De donde estuvieran, César y Celia siempre nos mandaban algo.
–¿Intentó alguna vez empujarte hacia una carrera científica?
–A. F.: No, para nada. Siempre apoyó nuestros intereses e inquietudes. Por sobre todo nos recordaba siempre: “lo importante no es llegar, lo importante es el esfuerzo”.
Anarquista, conversador y aventurero
Yo era muy peleador. Un hijo muy difícil”. Las palabras no las pronuncia ni un actor maquillado para la ocasión ni un locutor de cuerpo ausente. Las dice el propio César Milstein a cámara, sonriendo, recordando, en un primerísimo primer plano. Más que una historia relatada a la distrancia, el documental Un fueguito cuenta una historia vivida en primera persona, intercalada con entrevistas realizadas por Ana Fraile a toda clase de científicos (como el también premio Nobel Fred Sanger) que conocieron de cerca a Milstein, que se codearon con él y, sobre todo, que se sometieron al deporte que más le gustaba al bioquímico argentino: la discusión. “Le encantaba conversar, el poder de discutir ideas”, recuerda uno de ellos.
En esta producción de Pulpo Films, el laboratorio es sólo uno de los tanto espacios que recorre el científico, “un aventurero”, en palabras de Milstein.
Como una gran foto en movimiento, el documental revela áreas desconocidas por muchos de la personalidad milsteiniana: su infancia en Bahía Blanca, su asociación del peronismo con el fascismo y el autoritarismo (“A César le daba dolor de panza todo lo que sea militar, el autoritarismo. Era muy liberal”, recuerda Ana Fraile), el libro que lo llevó a la ciencia (Los cazadores de mosquitos), su habilidad con el dinero (“era el rey de las finanzas”, señala su esposa), su bronca luego de la destrucción del Instituto Malbrán en los sesenta, su pensamiento y amistades anarquistas, su modestia y veta payasesca y su espanto por los precios astronómicos de los medicamentos producto de sus investigaciones.
En definitiva, Un fueguito es un documento histórico que acercará humanamente a muchos a una persona que una vez este país quiso que se quedara bien lejos.
Por Federico Kukso
Fuente: Crítica
Más información: http://www.criticadigital.com/
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